jueves, 19 de febrero de 2009

Mío

Lo primero que recuerdo de mi niñez es un colegio de dos alturas viejo, muy viejo; entonces tendría unos 4 ó 5 años y ya era la niña más solitaria de una clase de unos 30 alumnos. Recuerdo a una profesora muy mayor que se dormía en clase, era del pueblo de mi abuela y en aquella época esa mujer, seguro, que ya era mayor que mi abuela. Recuerdo el gran revuelo que se armó en mi casa porque mi madre (a la que en un principio TODAS las demás madres apoyaban) consiguió que la echaran porque era muy mayor y era evidente que no estaba en condiciones para dar clase a unos niños revoltosos de 4 ó 5 añitos.

Es gracioso cómo seleccionamos lo recuerdos, no consigo recordar qué ocurrió ni cómo empezó esta locura. Recuerdo palabras pero no hechos concretos, de hecho, recuerdo una de nuestras primeras tomas de contacto.

Jaime seguramente no era mal chico; seguramente era un chico normal de los que jugaban al futbol, incluso se le podría llamar popular en aquella época. No estoy segura de si esa fue la primera pero, si hubo otras antes, quizá no me calaron tan hondo como la de aquella tarde, justo después de salir colegio. Recuerdo que la que era mi mejor amiga, por aquel entonces, me acompañaba a casa todos los días, entre otras cosas porque le venía de paso. Como decía, Aída, mi mejor amiga, me estaba acompañando a casa cuando, no sé por qué, Jaime empezó a seguirnos (debo informar de cómo era el camino a casa, estaba a unos 5 minutos del colegio a pie, siempre y cuando fueses cruzando el descampado donde los niños jugaban a futbol poniendo las grandes piedras del suelo como porterías, y las niñas jugábamos a tiendas o a hacer comiditas usando las piedras y ladrillos viejos y todos los despojos de los campos de alrededor como piezas de carne, zapatos y cosas típicas de niña) mientras , como de costumbre, gritaba mi nombre seguido de varios insultos referentes a mi sobrepeso tales como vaca o gorda (debo agradecer que no les diese por leer y culturizarse ya que así no les daba para agregar insultos más escatológicos y con gorda, vaca y poco más se conformaban aunque entonces, eran insultos muy duros para mí); no sé por qué me giré y le grité algo (mi única forma de defenderme era y es todavía hoy en día, la palabra; siempre tenía una respuesta ingeniosa pero sus réplicas eran mucho peores que las mías), aún hoy por hoy no sé por me giré y respondí pero el caso es que me oyó. Se enfadó y corrió hacia nosotras y cuando estuvo lo suficientemente cerca cogió uno de esos ladrillos que había tirados en el campo, de esos que todavía conservan, tras el paso de los años, una gran masa gris, y me lo tiró con todas sus fuerzas a la rodilla izquierda. No consigo recordar por qué estaba frente a él, cara a cara, pero sí recuerdo como caí al suelo llorando y como Aída (que era la mitad que yo) me cogió del suelo, rodeó con su brazo derecho mi cintura y dejó que me apoyase en ella para poder llegar a casa. Recuerdo cómo cruzamos la calle y cómo saqué mis llaves (como mis padres trabajaban, tuve llaves de casa a muy temprana edad), abrí la puerta del portal, pero no recuerdo cómo subí ni qué pasó hasta que llegaron mis padres, sólo recuerdo cómo le decía a mi padre, llorando desconsolada que Jaime me había pegado. Creo que sí, quizá sí fue esa nuestra primera toma de contacto. Pero a partir de entonces hubo más; y no hablo de palizas, que es obvio, hablo de amigos de Jaime que se unieron a la valiente causa de destrozar a una cría de 7 años.
Si no recuerdo mal las mesas de nuestra clase de 2º de EGB estaban dispuestas en forma de “U” (a excepción de 4 mesas en las que se sentaban 4 de los alumnos a los que le costaba un poco más seguir nuestro nivel) y nos sentábamos en el orden en el que aparecíamos en la lista que tenían los profesores. Al principio estaba bien porque mi apellido empieza por “C” y estaba sentada en el 6º puesto y la inicial de Jaime es la “N”, así que se sentaba bastante lejos de mí, en el puesto 19. Pero nuestro profesor, Eduardo, quiso que Jaime y yo nos sentásemos juntos justo al principio de la “U” frente a su mesa; así, cada vez que Jaime me pegase él lo vería e hizo que mi peor pesadilla tuviese que darme un beso y si no quería tenía que dar uno a cada compañero y, por último, uno a mí. Esto hacía que las clases se retrasasen mucho porque Jaime tenía siempre un motivo para darme un puñetazo, empujarme, pegarme una patada cual balón de futbol… Eduardo no tuvo bastante con sentarnos juntos sino que además, unió nuestras mesas con celo gordo y cinta de embalar para que no nos pudiésemos separar, creo que eso fue lo peor que pudo hacer (aunque lo hiciese para ayudarme) porque así, Jaime guardaba su mejor munición de patadas, puñetazos y demás para cuando salíamos del colegio, recuerdo verdaderas carreras a la puerta de mi casa, a casa de Sunsió (una de mis niñeras), o de mis abuelos (justo a la otra punta del pueblo). Recuerdo broncas y peleas en el patio de la escuela; recuerdo tener esa gravilla blanca clavada en mis manos, en mis brazos, sobretodo, recuerdo esa gravilla en mis rodillas en un sinfín de ocasiones. Recuerdo a mis padres yendo a hablar con los profesores y que éstos les dijesen que no se podía hacer nada, que éramos simples niños jugando (aunque la verdad, no recuerdo haber jugado JAMÁS con Jaime a no ser que fuese al futbol en gimnasia, y sé que prefería estar en su equipo porque siempre estaba de defensa y era una forma de evitar sus patadas y empujones).




Lo siguiente que recuerdo ya es en “La Sénia”, (o “el colegio de los mayores, como lo llamábamos nosotros). Aquí tuvieron lugar algunas de las palizas más “memorables”. Una de ellas fue justo delante de tres profesores que no hicieron nada para impedir que siete chicos(a los cuales recuerdo perfectamente: El Pringao, el Mocho, Baúl, no recuerdo si este era apodo exactamente, El Respi, el Sepia, el Goku y el Pelusa) y toda su rabia me pegasen una paliza dentro de la escuela, entre la puerta del edificio y la del recinto (en total unos 25 ó 30 metros). Recuerdo que estaba en el suelo y que notaba sus patadas en mis costillas, en las pierna; sentía algún puñetazo en la cabeza, la cual intentaba cubrir con mis brazos, y veía a los tres profesores, lo estaban viendo sin hacer nada, sin inmutarse siquiera, invulnerables a mi dolor. No recuerdo cómo me levanté del suelo pero sí logro recordar que estuve varios días sin ir a clase porque no podía moverme, postrada en la cama. Y a los alumnos que estaban en ese momento en la escaramuza no les dijeron nada, ¡¡NADA!! Y sí, sabían quiénes eran, era evidente que sabían quién estaba implicado y quién no pero les tenían miedo, incluso unos hombres hechos y derechos tenían miedo a unos chicos de unos 8 ó 9 años. Recuerdo a mi madre poniéndome hielo en los moratones mientras lloraba mirando a mi padre.

1 comentario:

  1. perra, ja he llegit esta nova entrada; que vols que et diga? jeje, no he pogut aguantar a la meitat de la història i ja me ficat a plorar, és molt dur el que relates, i més sabent que darrere de tot açò està la teua història, que ho has viscut en la teua pròpia pell, no sas el mal que em sap, em dol que a la meu aamiga li feren això, i més em dol, que als fills de putes ixos mai els passe res... es mereixen que algú lis fera algo, que provaren de la seua pròpia medicina... plore de rabia, d'impotència, de mal... la vida de vegades és molt injusta, i no deuria ser així... però que li nem a fer...
    joe, tia, jo no se que fas, però sempre que te llisc alguna entrà acabe plorant...jejeje
    besets kariñet
    tvmm

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