domingo, 4 de enero de 2009

La playa de Cullera, capítulo I


En su lecho de muerte únicamente era capaz de repetir que no lo conocía. Que iba a morir sin saber qué era y qué se sentía allí. Su hijo mayor, que tan solo tenía 15 años, no entendía de qué hablaba su padre pero él no podía dejar que se muriese sin conocer aquello que perturbaba el sueño de su padre.
- Papá, ¿qué pasa?, ¿qué no conoces?
Su padre era un hombre de pueblo que nunca había salido a ver mundo. Le faltaba tanto por conocer... Era tan joven para morir... Tenía 40 años y su vida giraba alrededor de sus 5 hijos y ahora... iban a quedarse solos. Tras la muerte de su mujer en 1985 fue él el que cuidó de sus retoños. Ahora era su hijo Ricardo el que le decía qué le faltaba por ver... era gracioso... su propio hijo iba a hacer realidad su sueño...
- Tranquilo hijo, no hace falta que te molestes- dijo pausadamente- no pasa nada...
- Papá, por favor. Di, ¿qué te gustaría hacer?
- Quiero ir a Cullera, es un pueblecito costero muy cercano al pueblo de vuestra madre... quiero ver el mar- lo dijo con lágrimas en los ojos y sin poder mirar el rostro de sus hijos.
María, la madre sí había ido allí con 4 de sus 5 hijos cuando estos eran todavía pequeños. Fue embarazada de Azahar poco antes de morir, en julio de 1985, la pequeña era la única que no había visto el mar.
La verdad es que Ricardo no tenía medios para llevar a su padre y hermanos a la playa de Cullera pero sí sabía quién podía, sus abuelos maternos. Salió corriendo de la habitación donde su padre reposaba y fue corriendo a la cocina, cogió el teléfono y marcó el número, al otro lado del aparato respondió una voz dulce de mujer.
- ¿Sí?, ¿quién es?
Su abuela era una mujer ni joven ni mayor, tenía unos 60 años y hacía 9 que no la veía, ni a ella ni a su abuelo pero, era capaz de reconocer esa voz en cualquier lugar.
- Hola iaia, soy Ricardo.
No se oyó nada y el chico no sabía que más decir pero, de repente se oyó un lamento, Ricardo estaba oyendo llorar a su abuela y eso... le partía el alma.
- Iaia tranquila, no llores...
A lo lejos se oía la voz ronca de su abuelo preguntándole a su mujer quién era, es Ricardito respondió, nos está llamando Ricardito... y siguió llorando. Fue entonces cuando Bernardo cogió el teléfono.
-¿Quién es? Deje de gastar bromas por teléfono, ¿no es ya lo suficientemente mayor para estos jueguecitos?
- Que no iaio, que no, soy yo, Ricardo.
- ¡Ricardito, hijo!- también por sus mejillas resbalaban lágrimas que morían en sus labios- ¿Qué pasa? ¿Cómo estáis?- acertó a decir sin que se notase mucho su estado.
- Bueno, hemos tenido épocas mejores...
- Pero... tú y tus hermanos...
- Tranquilo iaio, nosotros estamos bien.
- ¿Entonces?- Preguntó el abuelo sin pensar en su yerno.
- Es que...- El chico salió de la cocina y se metió en la salita.- Es que... esto...
No sabía cómo explicarlo, no le salían las palabras. Miraba a su alrededor y sólo veía las margaritas y mariposas que su madre pintó, hacía ya mucho tiempo, para que tuvieran un jardín que no hiciese falta cuidar. Veía a su madre manchada de mil colores, sentada como los indios, acabando el ala de una pequeña mariposa mientras él hacía un dibujo que, según él, era igual al de su madre.
- Ricardo...- Dijo su abuelo de repente haciéndole recordar para qué había llamado.
- Sí iaio... pues... es que no sé cómo decírtelo iaio, es difícil...
- Tú suéltalo muchacho, no pasa nada.
- Iaio, mi padre... mi padre se muere...- dijo con un hilo de voz.
- Pero... ¿qué estás diciendo muchacho? Explícate hijo pero... poco a poco.
El padre estaba enfermo de cáncer y no había remedio porque ya estaba muy avanzado, se lo habían encontrado demasiado tarde. Era cierto que el abuelo y el padre no se llevaban bien y, mucho menos desde que José, el padre, decidió que no era necesario que sus hijos mantuviesen relación alguna con los abuelos maternos. Ricardo explicó qué era aquello que quería el padre y su abuelo no sabía qué decir pero, era el padre de sus nietos y no quería que estos viviesen con el recuerdo de un abuelo incapaz de ayudar a un padre moribundo.
- Bueno Ricardito, tú tranquilo, el abuelo hará lo que pueda.
Colgó el teléfono sin esperar el agradecimiento de su nieto. Volvió andando, poco a poco, al sillón donde estaba descansando antes de la llamada inesperada de su nieto. Miró a su esposa, todavía estaba llorando, sentada en una silla girada en dirección a su marido esperando una explicación. Bernardo la veía preciosa con esa bata grisácea y las alpargatas, sin maquillaje, con todas sus arrugas, mirándolo suplicante con sus preciosos ojos verdes llenos de lágrimas aún no derramadas.

1 comentario:

  1. joe perra, que vas a fer-me plorar en quasi totes les històries que llisca o que??? jejejeje.
    no pot ser...se veu que m'has pillat la vena sensible..i vamos...a moco tendido,jejeje.
    xo endavant, m'agradaria que esta també la seguires...
    besets

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