lunes, 5 de enero de 2009

Mi pequeña, capítulo I

Hay veces que no se puede hacer nada. Únicamente huir, huir de un vacío que crece por momentos. Se huye corriendo y eso es, precisamente, lo que hacía mi mente para evitar el dolor. Dolor que crecía y entraba en todo mi ser rasgando hasta el último recoveco de mi cuerpo. Un dolor profundo que intentaba apartar. Un dolor sombrío que padecía en soledad. Una soledad creciente y que me hacía sentir inferior, había pasado toda mi vida huyendo de ese dolor, pero todas las bombas explotan cuando se las presiona demasiado.
De niña fui muy buena, siempre obedecía a mis padres, nunca les faltaba al respeto y siempre estaba contenta, pero la procesión iba por dentro.
Mi juventud no fue nada excepcional. Encerrada en un colegio con curas y monjas; del que me echaron a los nueve años; que pretendían hacerme “creer “. Tenía problemas y ellos decían que eran a causa de mis pecados. ¿Qué pecados? ¿Cómo una niña como yo podía tener pecados?
Era la mayor de cinco hermanos pero toda la presión recaía en mi madre (o eso creía yo). Ella trabajaba con mi padre en el campo, cosía para ganar más dinero y hacía las “faenas” de la mujer en casa del alcalde; después llegaba a casa donde me enseñaba (bajo la atenta mirada de mi padre, que esperaba un error para pegarme una paliza) cuales eran mis obligaciones por ser chica y mayor (levantarme a las 5 de la mañana para ayudar a mis padres a cargar el carro- era una dura tarea para una cría de 10 añitos-, después levantar a mis hermanos, vestirlos y llevarlos a la escuela a la cual yo no podía asistir, por favor, sólo tenía 10 años…
Me enseñé a coser con rapidez porque si no iba con cuidado y se me escapaba un punto la paliza que me esperaba era… Mi padre cogía la caña y me levantaba la blusa. Poco a poco me asestaba unos golpes flojos pero pronto se encarnizaba y rápidamente por mi espalda resbalaban largos surcos de roja sangre (que semejaban ríos de lava bajando por las laderas de un volcán) que escocían mucho después cuando Víctor, mi hermano, un año menor que yo, cogía un algodón y alcohol y los curaba. Pero no me podía quejar, era la mayor y responsable de mis hermanos.
Al crecer cambiaron las palizas. En varias de ellas mi padre acababa desnudándome y… y… me penetraba. A los casi 17 años tuve mi primera menstruación y a los 17 mi padre me vio con un chico dando un paseo por la puerta de mi casa. Papá gritó mi nombre y acudí corriendo (dejé al chico allí, plantado y sin darle ninguna explicación). No dejó de gritar, estaba furioso, me zarandeaba y acabé cayendo sobre la alfombra del comedor. No cabía dentro de él, cogió la caña y me pegó. Yo ya era inmune al dolor físico que él me producía, ya no gritaba, ya no le maldecía, ya no me defendía y eso lo enfureció todavía más. Se postró sobre mí y me levantó la falda, “Eres mía” gritó, se bajó el pantalón junto con los calzoncillos y me penetró. Esa noche dormí allí, en el suelo, envuelta en sangre y sudor, pegada a la alfombra. Estaba demasiado dolorida como para levantarme.
A la mañana siguiente me despertaron los gritos suaves de mi madre en mi oreja. Me pedía por Dios que me levantase, por Dios que luchase contra la muerte y fuera fuerte. Conforme pude me incorporé y vi a un hombre que me observaba en la distancia, era el Doctor Giménez, el médico de la familia, y le preguntaba a mi padre qué había pasado y cómo. Papá dijo que no lo sabía. Empecé a llorar en el silencio, tenía que obedecer, mi madre me pedía que fuese fuerte.
Mientras mi padre hablaba con el médico, mi hermano Víctor me llevaba en brazos a mi habitación, me dejó sobre la cama y me dijo: “Tranquila Adri, todo saldrá bien, ya lo verás”. Yo quería mucho a mi hermano. En esos momentos, Víctor, tan sólo tenía 16 años y trabajaba con mis padres en el campo. Llamó a mi madre y entre los dos y el doctor me curaron las heridas (que no eran pocas). Al mes y medio el doctor me dijo que estaba embarazada. Miré a mi padre, éste estaba rojo de cólera, salía fuego por sus ojos.
Delante del médico mi padre me gritó y se dispuso a pegarme. El doctor no se lo podía creer y no se interpuso, menos mal que apareció Víctor y se abalanzó sobre papá. Era la primera vez que uno de sus hijos se revelaba, ya que todos habían seguido mi ejemplo, sumisa, obediente, a disposición de lo que ellos, mis padres, me mandaban. No era una buena forma de educar a unos hijos pero en aquella época… era la lógica, la justa y normal. Me alegré mucho al ver la reacción de Víctor. Fue una reacción que cambió a nuestro padre, después de esto se cuidaba un poco antes de acercarse a mí para “hacer una de las suyas”. Ahora si me pegaba aprovechaba la hora del almuerzo, decía que prefería ir a casa a almorzar.
En uno de esos almuerzos cuando ya estaba casi de 3 meses, me pegó tal paliza por no tener su almuerzo preparado… Empecé a sangrar, me dolía mucho cuando intentaba penetrarme. Acabó y me dejó allí, me levanté y me lavé como pude, cuando llegaron mis hermanos ya tenían la comida en la mesa así que supongo que comieron y se fueron al colegio. No me levanté de la cama hasta que no llegaron mis padres, Víctor y David. Víctor subió a mi habitación (se imaginó lo ocurrido al ver la cocina por arreglar, los restos de sangre en el comedor…)

2 comentarios:

  1. kariñet, esta història és la que vaig llegir en estiu en ta casa,veritat? eixe dia no vaig plorar llegint-la...però no sas com me ficat quan anava per la meitat, no podia parar de plorar...jejejeje, se veu que hui tic més sensible...
    ja teu vaig dir eixe dia i teu torne a dir ara, acaba esta història per favoooooooooooor, que m'agrada molt.
    besets wapa

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  2. ah! que se m'oblidat dir-teu...xfa canvia la lletra, que quasi em deixe ahí la vista llegint...jajajaja.
    besets

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