jueves, 29 de enero de 2009

Tras el cristal

La primera vez que la vio llovía y él estaba plantado en la puerta del bar de su abuelo, frente a su casa; ella lloraba con la frente apoyada en la ventana. Era preciosa. No había más palabras para describirla, era preciosa.
Ella era la prueba del “afer” del padre con una esclava y, era impresionante. La mujer de su padre había muerto poco después de que la esclava diese a luz (falleciendo al instante desangrada, bañada en sangre y sudor) y decidió quedarse a la niña para no estar sólo. Después de 15 años desmintiendo su aventura, diciendo que su hija era hija de su mujer y que su color de piel era debido a un antepasado mulato el pedazo de carne de piel embrutecida se convirtió en una jovencita bien dotada; su piel mulata contrastaba de forma bella, a la par que extraña, con sus ojos verdes, su pelo rojizo y las pecas de su cara.
Se enamoró con sólo verla tras el cristal, apoyada en la ventana y llorando sin parar. No sabía qué hacer para que esa joven dejase de llorar y le mirase. Lo único que se le ocurrió fue caminar bajo la lluvia como bailando y mirar de vez en cuando hacia la ventana. Ella le miraba de reojo, casi sin querer, mientras él seguía bailando y haciendo piruetas, bajo la incesante lluvia; cuando se percató de que lo miraba bailó dando brincos para ella y ésta se echó a reír dejando de llorar de tristeza para llorar de risa, sobre todo cuando un hombre, relativamente mayor, salió del bar para cogerlo y arrastrarlo hasta dentro del local mientras el chico daba brincos.

Desde luego, no fue mejor cuando se conocieron personalmente. Fue en el mercado, donde la doncella de ella y la abuela de él solían comprar todo lo necesario tanto para la casa de una como para el bar de otra. Ese día Juliette y James acompañaron a sus respectivas. Se cruzaron en varias ocasiones y no podían apartar la mirada de los ojos del otro, sobretodo James, se quedaba parado incapaz de hacer movimiento alguno o de articular algún sonido comprensible y en una ocasión en la que se quedó en ese pequeño trance no vio a la Señora Wells (una gran mujer, corpulenta, llena en todo su esplendor) ni a su hijo pequeño Henry y se los llevó por delante cayendo encima de la Señora Wells, de su compra y asustando al pequeño Henry que lloraba al ritmo de los gritos de su madre tirada en el suelo rodeada de pescado fresco, lechugas, tomates y alguna patata. Pero lo mejor vino cuando la abuela de Jame se dio una y tiró del brazo de su nieto para levantarlo a la vez que lo zarandeaba mientras éste buscaba entre las carcajadas de los que los rodeaban a su amada Juliette. Pero ésta lo miraba desde lejos junto a la doncella que se reía sin ningún reparo más arriba de la calle, frente a otra parada (esta vez de verduras) junto a la dueña de la misma. Él la vio cuando por fin el gentío se hubo disipado, ambas estaban frente a su casa y la doncella abría la puerta despacio porque iba algo cargada con la compra, él corrió para ayudarlas y muy torpemente se presentó y abrió la puerta:
- Ho- ho- hola- tartamudeó, cosa que no había hecho nunca- mi no- no- no- nombre es James Ho- ho- Horsdown, pe- permítanme que les abra la puerta.
Y abrió la puerta mientras Drisella (la doncella) decía:

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